Yanet Girón

Por Yanet Girón

Hay decisiones que no se piensan, se sienten. Acciones que no se planifican, simplemente ocurren. Y no siempre por impulso… a veces por cansancio.

En las últimas semanas, he observado una realidad tan frecuente como silenciada: personas que, desde un estado emocional frágil, toman decisiones que terminan marcando sus vidas. Lo hacen sin consultar, sin medir, sin pensar en consecuencias. No por falta de inteligencia, sino porque la mente, saturada de dolor, busca una salida rápida, un escape.

Lo más difícil es que muchas veces no se nota. Quien ríe, trabaja o aparenta normalidad puede estar cargando con una batalla interior que nadie imagina. El desgaste emocional no siempre grita. A veces susurra… hasta que colapsa.

Como comunicadora, me rehúso a aceptar esta realidad como algo normal. Estamos frente a una urgencia silenciosa que exige atención. No desde el juicio, sino desde la empatía. No con discursos técnicos, sino con humanidad.

¿Qué estamos haciendo para que tantos se sientan solos? o ¿Qué estamos dejando de hacer para que muchos no se sientan solos?

¿Qué tanto espacio estamos dejando para que alguien diga «no puedo más» sin ser señalado?

¿Hasta cuándo vamos a seguir disfrazando el dolor con frases vacías y respuestas automáticas?

Este no es un tema de debilidad. Es un asunto de salud emocional, de dignidad humana.

Hay decisiones que se toman desde el frío no porque la persona sea insensible, sino porque su entorno se ha vuelto hostil o indiferente.

Quien actúa desde el dolor no busca destruir su vida: intenta salvarse. Y eso, aunque no siempre se entienda, merece compasión, no condena.

Si tú, que estás leyendo esto, sientes que tomaste una decisión apresurada, que estás cargando con un error que te duele, que hiciste algo sin medir… no eres menos por eso.No estás perdido.

No estás sola.

Eres alguien atravesando un momento difícil. Y aún estás a tiempo. Siempre hay espacio para volver, para reparar, para hablar.

Este artículo no busca respuestas, busca abrir conversaciones. Porque el silencio también mata…

Y la palabra, cuando se ofrece sin juicio, puede ser salvavidas.

Respira. Permanece. Busca ayuda, aunque no sepas cómo. Porque aunque el mundo no lo diga,

tu historia sigue teniendo valor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

6  +  4  =