Candido Mercedes

 Cándido Mercedes

“… Y la libertad es como la dignidad, el amor, los derechos, es una construcción humana, es una relación, es una construcción integradora, es un valor de cooperación”. (Sanguinetti y Mujica: El horizonte).

¿Cómo instalarnos hoy en un cuadro ideológico cultural que advierta el epicentro medular de las olas en que nos encontramos, sin colocar con rigor el vuelo exacto del abanico de los distintos capitales (político, reputacional, ético) que se precisan en el liderazgo de hoy, para que los colores no logren desdibujar la naturaleza esencial del ser humano: la libertad, la cooperación, la solidaridad humana?

Después de la Segunda Guerra Mundial, donde murieron entre 75 – 85 millones de seres humanos, irrumpieron, posteriormente, las olas de ultraderecha, cimentadas en el Fascismo y el Nazismo. Era la nostalgia a una ideología nacionalista que esta vez no encontró espacio en el amplio espectro de la democracia. Liberales y socialistas se aliaron momentáneamente para derrotar al enemigo principal: Hitler y Mussolini (Nazismo y Fascismo).

Derrotada el ala más atroz de la ultraderecha, liberales y comunistas se apartaron. La lucha de la Guerra Fría, que va desde el 1945 al 1991, cimentó toda la polarización del planeta tierra en un mundo bipolar. En todo ese interregno los neofascistas de todas las constelaciones emergían, empero, los basamentos legales, institucionales de la democracia le impedían su florecimiento y desarrollo. Era clara su desmarginación como fuente de la contribución y diferenciación de la democracia.

Hoy, una Europa débil, profundamente adormecida, se yergue en una postración singular, caracterizada por una crisis de identidad política y una aguda ausencia de liderazgo, más allá de la posición. Tienen presidentes sin liderazgo. Solo la posición los encarna. Capital político, capital reputacional y el capital ético se entrecruzan para hacer posible un horizonte trascendido. Estados Unidos, en una nostalgia trastocada con la realidad, se sumerge en su pasado glorioso, sin temporalidad. No es posible su hegemonía unipolar ni el dislocamiento al que el actual presidente está conduciendo a su país, con una autocracia desconocida, vulnerando toda la lógica de la democracia. El peso institucional se tambalea.

Pero, ¿qué tipo de ultraderecha se mueve hoy más allá de la ultraderecha neofascista del 1945 al 1980 y la derecha radical que eclosiona del 1980 al 2000? Conviene destacar que la irrupción de esta última tuvo como “base doctrinal factual” el desempleo y la inmigración masiva en Europa. Hoy, tenemos una Cuarta Ola, por graficarla y visibilizarla con más atención: la Ola de la ultraderecha del Siglo XXI, que es el resultado de tres grandes acontecimientos: los atentados del 11 de septiembre del 2001; la problemática de la crisis económica, como consecuencia de la hipoteca subprime y con ello la recesión del 2008; y, la crisis de los refugiados del 2015.

Estos tres peligros, trances, condujeron a respuestas xenófobas, islamófobas, con el telón del populismo como pie de amigo del “argumento basamentado”. La inmigración, la seguridad, con el cenit del fondo ideológico del antisemitismo y el racismo. Nos encontramos que la derecha tradicional conservadora ha sido capturada en gran medida por la ultraderecha populista, que tiene como soporte nodal la instrumentalización de la alta tecnología como andamiaje para la manipulación, el fake news, el junk news, para la “creación” de un enemigo que en la raíz no existe. El nativismo el autoritarismo y el populismo son el anclaje y bucle ideológico de su accionar, posibilitando la polarización sin sentido, sin construcción esencial en la vida humana; por eso, el retroceso y en consecuencia la debacle de occidente y donde cuasi se expresa un maniqueísmo que corre: libertad o tiranía.

Los extremos conducen al desequilibrio. Los extremos se encuentran en la práctica política, aunque ideológicamente se encuentren distanciados. La extrema derecha es fundamentalmente enemiga de la democracia, no importando utilizar los mecanismos de la democracia para acceder al poder. Hitler llegó a decir “La democracia es el sucio y obsceno camino que lleva al comunismo”, y Mussolini la calificó de “mero electoralismo”. En realidad, la base de la extrema derecha es reivindicar la diferencia y asumir la desigualdad como un ente natural, donde el estado no debe jugar ningún papel.

Postulan la jerarquización, el elitismo, para consignar y consagrar aquellos que han de tener poder: racismo, donde la base del poder es sanguínea. Hay una extrema derecha fascista que la base del poder orbita en el líder. Parte de la extrema derecha ve la violencia como algo natural, allí donde la guerra se constituye como un eco natural de la vida y que todo ello, es fuente del poder. Estamos asistiendo a la imposición de una etnocracia en gran parte del mundo. Los principios de la diversidad y de la igualdad están cayendo como cartas de naipes o fichas de dominós, donde 26 están en líneas paradas y una sola que las empuja y todas caen. La democracia amplia se está mutilando y la visión inclusiva se está eclipsando.

¿Qué hacer frente a la gran ola del populismo de derecha y extrema derecha que se cierne sobre la democracia y en particular en nuestro país? El énfasis es que los sectores progresistas fragüen un polo que al menos pueda influir en una agenda programática que mueva a la nación desde una visión innovadora, que propicie una política más inclusiva, con menos desigualdad. Una mirada firme al cumplimiento y aplicación de las normas, allí donde las leyes dejen de ser una sugerencia y negar en la praxis que un presidente se coloque por encima de la Constitución y de las leyes de manera olímpica.

Pero, desde ahora tenemos que visualizar el liderazgo que anhelamos. Un liderazgo con capital político, reputacional y ético. ¿Qué es el capital político? Es el grado de influencia que una persona, asumiendo las virtudes que lo adornan, pueda tener en la comunidad. Su ejercicio trae influencia y poder. Los pueblos, los países, alumbran en cada época líderes que se necesitan en cada circunstancia. La inteligencia está preñada en el cuerpo social dominicano, se amerita la voluntad y la capacidad de aunar esfuerzos para la tolerancia, en la asunción de la diferencia y de la diversidad. A ese capital político hay que adicionarle como ente, una cara y una cruz de una misma moneda para instalarle el capital reputacional.

El capital reputacional es la expresión cuantitativa de la imagen positiva que tiene la organización partidaria de un proyecto alternativo, frente al continuo de 34 partidos y solo dos guardan una estrategia distintiva y de diferenciación. Es el grado de confianza que ha de generar la organización. El valor, el plus con que ha de trillar su accionar para derrotar esta pésima modorra. El capital reputacional crea una barrera disruptiva para crear en medio del dolor del parto, un nuevo nacimiento, que genere un círculo virtuoso para la sociedad completa.

Allí donde los empresarios sigan obteniendo ganancias, rentabilidad, plusvalía, empero, que cumplan con lo más simple en un capitalismo de mercado: pagar impuestos. Todavía en pleno Siglo XXI, en su tercera década, tenemos empresas con empleados sin salarios formales. Reciben por lo que trabajan dinero de los clientes, totalmente informal. La relación del capital reputacional es de integración, que genera una interactuación cuasi primaria con todos los actores involucrados. La onda de acción del capital reputacional es expansiva porque el grado de compromiso fluye de manera encadenada como una perfecta pasión.

El punto de inflexión, cardinal, viene a ser el capital ético, que es el agregado de valor intangible que se expresa en la credibilidad, en la cantera acumulada en la coherencia del pensar, del decir y el hacer. Aquellos que no hacen el cálculo frio del momento y de la conveniencia personal y particular. Aquellos que no juegan al tiempo, sino a la visión a largo plazo del país. Aquellos que creen que mentir es el acto más indigno de la deshonestidad. 

Estamos buscando el valor moral y social de los potenciales líderes que amerita la sociedad. Buscamos hombres y mujeres que tengan sentido de la historia, del juicio de la posteridad. Aquellos que no vean la posibilidad de acceder al poder para su encarnación personal, que no tengan miedo a los desafíos de su época y no contemporicen con la falta de entereza y la decencia. ¡Que brillen en el entendido de que lo correcto es correcto, aunque nadie lo esté haciendo y, que lo incorrecto es incorrecto, aunque todo el mundo lo esté haciendo!

La era de la digitalización, que es ya un proceso no un acontecimiento, trae consigo la velocidad y la acumulación de información, que hace que los lideres busquen el equilibrio en la toma de decisiones para mantener la credibilidad y la confianza. La opacidad y la ausencia de la rendición de cuentas no puede ser por mucho tiempo.

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