Por Robert Cabral
Parece aterrador, desolador, indignante e impotente a la vez. Cuando uno se va adentrando en estos laberintos donde impera la miseria y la sordidez, y donde parece que la gente ha perdido la esperanza, uno no sabe a ciencia cierta, si está en la Franja de Gaza, o en un barrio abandonado y asolado por las bandas haitianas.
Pero no. Estamos entrando por la calle México de Buenos Aires de Herrera, en Santo Domingo Oeste. Apenas a un minuto de la otrora esplendida avenida prolongación 27 de febrero, y a dos minutos, nada menos que de la Junta Central Electoral, “la guardiana de la democracia dominicana”, según el slogan, y a otros dos minutos del otro guardián, pero de la Constitución, el Tribunal Constitucional.
Per mas aun, a otros dos minutos del Ministerio de Defensa, sede de nuestras fuerzas armadas dominicanas, guardianas de la Republica.
En otras palabras, esta zona paupérrima, y casi primitiva que parece salida de las paginas bíblicas, esta nada menos que en el corazón de este Municipio que parece azotada por una verdadera plaga, pero no de la naturaleza, sino humana, la política disolvente y disoluta mas abyecta y destructiva.
Este municipio fundado en el 2001 fruto de una operación quirúrgica político urbano recoge toda la población desde la Plaza de la Bandera hasta el malecón y desde allí a lo largo de toda la Avenida Isabel Aguiar hasta el Kilómetro 14 de la Autopista Duarte. Incluye las venerables ruinas de Engombe hasta el Palacio de Palave, mezclado con la cañada de Guajimia y otras docenas de fétidas cañadas que circundan y rodean este enclave distorsionado hasta una llamada “zona de expansión” que nadie sabe realmente donde empieza y donde termina.
Hacia el 2010 este municipio tenía unos 400 mil habitantes, y hoy 2023 debe superar la cantidad del millón de habitantes, entre dominicanos y haitianos que llegan como manadas cada día, una gran parte de ellos, distribuidos entre las cañadas del Café, los Callejones del Ensanche Altagracia, y las orillas convertidas en letrinas del rio Manoguayabo.
De lo que no estoy seguro es, como resolver aun precariamente la convivencia civilizada de esta zona sumergida en la fetidez, el desorden, la inseguridad, la insalubridad y el caos más rampante y brutal.
De lo que si estoy seguro es que para recuperar la civilidad en esta franja humana y al menos colocar estos amplios núcleos humanos, marginados y excluidos, se requiere de un esfuerzo superior, trascendente y verdaderamente heroico, mas allá de los carteles de la propaganda política que embardunan todas las orillas de estas calles despellejadas. La tan añorada “opción autoritaria”?