Rafael Chaljub Mejía

Rafael Chaljub Mejía

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Sigue siendo tarea pendiente del movimiento revolucionario y de la intelectualidad progresista, el determinar las causas por las cuales en las últimas décadas el mundo ha dado un giro tan dramático hacia lo conservador y reaccionario y en cambio, se ha vuelto tan difícil el lograr que las ideas del cambio, la revolución y el socialismo ganen espacio. Incluso en la juventud, a la que, por definición, hay que considerarla como la más receptiva a los ideales revolucionarios, la mayor cantera de combatientes por las transformaciones sociales y la mejor esperanza del futuro de liberación nacional y de emancipación social.

Para explicarnos muchas de las cosas que hoy estamos presenciando, no hay necesidad de remontarse a los tiempos del diluvio, pero sí es preciso volver la vista atrás y tomar en cuenta determinadas coyunturas históricas del pasado.

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Al terminar la Segunda Guerra Mundial con el triunfo de la Coalición Mundial Antifascista, en 1945, el imperialismo norteamericano se convirtió en la principal potencia del campo capitalista y bajo su hegemonía se alinearon todas las fuerzas de ese campo. Pero, al mismo tiempo, había surgido como contrapeso, todo un campo socialista, encabezado por la Unión Soviética, país cuyo prestigio había alcanzado niveles muy elevados debido al papel fundamental que jugó en la derrota de la Alemania nazi y sus aliados. Existía igualmente un poderoso movimiento obrero en los países de capitalismo altamente desarrollado, a cuya vanguardia y como parte más combativa del mismo estaban partidos comunistas como los de España, Italia, Francia y el de los mismos Estados Unidos, entre otros, así como organizaciones sindicales tan poderosas como la CGT de Francia y la organización central de los sindicatos italianos.

Mientras, en los países de Asia, África y América Latina, cobraba auge y ganaba bríos el movimiento nacional liberador que lograba éxitos tan importantes como el triunfo final de la revolución China en 1949, la resonante victoria de Vietnam y otros países del continente asiático; la victoria de la revolución cubana en enero de 1959, y los avances y triunfos de ese movimiento en países del continente africano como la derrota del colonialismo francés y la liberación de Argelia en 1961. El conjunto formado por todos estos procesos constituía una de las más poderosas tendencias del mundo de ese entonces, una promisoria esperanza de un porvenir mejor para los pueblos oprimidos y una grave amenaza al dominio de la reacción internacional.

En presencia de una fuerza revolucionaria internacional de semejante potencia, el imperialismo norteamericano se dispuso a combatirla y le declaró la guerra fría, elaboró su estrategia y preparó sus instrumentos de ataque. Desarrolló su maquinaria de guerra, le dio mayor impulso a su industria militar, formó bloques agresivos y diseminó sus fuerzas en bases militares en todas las regiones. Ante la imposibilidad de sostener en pie la vieja forma de dominación colonial, adoptó el neocolonialismo como sistema de dominio, y en correspondencia a esa concepción puso en acción el concepto de la guerra especial.

De consiguiente, armó y adiestró ejércitos títeres y puso en manos de feroces y sanguinarias dictaduras militares, la ejecución de los planes de contrainsurgencia y de guerra preventiva, contra los procesos de liberación nacional, que diseñaron los laboratorios de Washington. De esos planes América Latina fue uno de los principales campos de ensayo y nuestro país, República Dominicana, especialmente después la intervención militar norteamericana del 28 de abril de 1965, el punto en el cual le dio sus mejores resultados en esta región del mundo.

En su obra La Crítica de las Armas, el intelectual francés Regis Debray dice: En este país caribeño el imperialismo prolongó su intervención, en una de las más asombrosas guerras preventivas y sin duda alguna la mejor lograda de todas aquellas que lleva sin interrupción en todas las repúblicas latinoamericanas. La manera en que la izquierda revolucionaria dominicana fue conducida a partir de 1965 –por un trabajo de inteligencia, de infiltración, de provocaciones y de divisiones, conducido conjuntamente por el FBI, la CIA, la embajada norteamericana y los servicios de inteligencia locales- a destruirse por sí misma, a disgregarse política y físicamente, constituye sin duda alguna el ejemplo más fascinante de guerra fría contrarrevolucionaria.

Los métodos de aplicación de esa política fueron de los más variados. Además de esos que cita Regis Debray, hay que incluir el soborno, el terrorismo, la tortura, el asesinato selectivo y todos los demás recursos de la guerra sucia; y junto al empleo a fondo de la fuerza física, el imperialismo recurrió al ataque sutil en gran escala en el flanco ideológico y cultural, que al fin y al cabo ha resultado tan efectivo y letal como la represión violenta.

Se trataba de una estrategia concebida para aplicarse en todo el mundo. Los norteamericanos perfeccionaron sus medios de comunicación y las formas de hacer su propaganda. Periódicos, revistas, la radio, la televisión, las tiras cómicas y, dentro de eso que ha dado en llamársele la industria del entretenimiento, un uso cada vez más a fondo del cine. En base a inversiones multimillonarias, se implantó Hollywood, como todo un poderoso imperio cinematográfico en el estado de Las Vegas, y se incrementó la producción de películas con una capacidad de atracción y penetración sin precedentes.

Desde la pantalla del cine se falsificó la historia, la historia patria de los Estados Unidos y la de los acontecimientos mundiales. Se creó una versión destinada a presentar a los norteamericanos como los principales responsables de la derrota de la Alemania nazi; como los héroes y principales protagonistas de la Segunda Guerra Mundial. Se manipularon hechos de guerra en los cuales los ejércitos norteamericanos siempre resultaban triunfantes; el valor real del desembarco de Normandía en junio de 1944, por ejemplo, se sobrepuso en importancia a las derrotas de los alemanes en batallas tan memorables y cruciales como la batalla de Moscú en 1941 y la de Stalingrado en 1942-1943, escenarios heroicos en los cuales los pueblos soviéticos y su vanguardia armada, el Ejército Rojo, destruyeron la reputación de invencibles de los ejércitos nazis que hasta entonces se habían mantenido invictos e incontenibles.

Se reforzó el mito de la superioridad del hombre norteamericano, se crearon los superhéroes al estilo Superman, Batman y Robin, el Capitán América, la Mujer Maravilla, el Hombre Araña, que luego encontraron una réplica más moderna en Rambo y en las versiones actuales de esa clase de personaje fantasioso que suelen aparecer en cualquier creación de la cibernética moderna.

Con esos superhéroes, aparentemente divertidos e inofensivos, se tiende a menospreciar disimuladamente, el papel de los pueblos en la historia, de forma tal que una obra para cuya realización se requiere de la participación de todo un pueblo o del esfuerzo colectivo de todo un ejército, entonces viene Rambo y la hace solo. En otros tiempos, Tarzán y Charles Atlas se convirtieron en ejemplos por excelencia de fortaleza masculina y figuras a imitar por legiones de jóvenes en todo el mundo.

Surgieron las divas y los galanes del cine, que no tardaron en convertirse en ídolos y modelos a seguir por muchos de los espectadores, mujeres y hombres. Creció en el pueblo norteamericano el sentimiento de superioridad, junto al menosprecio hacia otros pueblos. Por supuesto, que la influencia de ese manejo engañoso no se limitó a los hombres y mujeres norteamericanos; sino que tuvo efectos universales, ya que muchos de los consumidores de esas producciones en diversas latitudes del mundo, empezaron a ser ganados espiritual e ideológicamente por los valores culturales que las mismas transmitían.

El hot-dog, el hamburguer, la Coca-Cola, la música, las modas, el modo de vida, la cultura norteamericana, a fin de cuentas, pasaron a ser el modelo para seguir y la aspiración a alcanzar para millones de personas en diversas partes del planeta. Además, y en un empeño por prostituir la conciencia y pervertir moralmente a la juventud, junto a la propagación de estos elementos fantasiosos, se promovieron los vicios más degradantes y los hábitos más degenerados. Todo esto con la juventud como objetivo principal, para destruir en la mente colectiva de los jóvenes todo vestigio de norma moral sana y valores ideológicos progresistas.

Los países del campo socialista no fueron inmunes a los efectos de toda esta labor de manipulación emocional, de confusión y perversión ideológica. Habría mucho que decir sobre las causas de la caída del campo socialista, incluyendo el examen crítico de los errores internos que contribuyeron al colapso. Pero ya eso rebasa en mucho los alcances de este resumen. Por tanto, para los fines muy limitados y específicos del mismo, bástenos tan solo llamar la atención hacia algunas circunstancias que causaron ese lamentable desenlace.

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Muchos de esos países surgieron como estados socialistas o de democracia popular, a raíz del desenlace de la Segunda Guerra Mundial con el consiguiente triunfo militar del frente antifascista; los gobiernos del campo socialista surgidos fruto de esa victoria militar, no pudieron o no supieron deshacerse de ese origen y se consideraron siempre bajo amenaza procedente de varios frentes, de las conspiraciones de los remanentes de la contrarrevolución interna y de la agresión militar de los imperialistas del exterior; eran peligros reales y se creó una sicología de plaza sitiada, se dedicó una especial atención al refuerzo de los aparatos policiales y de seguridad interior. El imperialismo supo estimular ese ambiente con amagos y provocaciones maliciosamente calculados, mientras seguía incesantemente una labor menos perceptible y más sutil, la penetración ideológica y cultural.

La población de los países liberados tuvo que vivir por décadas en ese ambiente cargado y terminó por sentirse ella misma bajo constante vigilancia de los órganos del Estado, a vivir con serios déficits de libertades y derechos democráticos. El imperialismo empujó a los países socialistas a dedicar a la defensa, recursos que en otras circunstancias pudieron ser invertidos en mejorar las condiciones de vida de la población. Las medidas policiales dirigidas a la seguridad interna sostenidas por tantos años con la misma rigidez llevaron cada vez más la población hacia el hastío y finalmente la inversión de tantos recursos en el gasto militar, hicieron sentir sus graves consecuencias en la economía de esos países del antiguo campo socialista.

El último capítulo de esa parte de la historia se escribió cuando Estados Unidos, bajo la administración del presidente Ronald Reagan, amenazó a la URSS con declararle la guerra de las galaxias. Entonces, para tratar de mantener la paridad militar lograda a un costo elevadísimo, el antiguo país de los soviets tuvo que consumir sumas fabulosas de dinero en los armamentos y medios tecnológicos necesarios para librar ese tipo de guerra que, al fin y al cabo, nunca se libró. Se precipitó la crisis económica de la cual la URSS jamás pudo recuperarse.

De su parte, los pueblos de esos países resistieron por décadas, pero con todo y su pasado heroico llegó un momento en que la propaganda contrarrevolucionaria y los efectos deslumbrantes del oropel y la fastuosidad que los países capitalistas más avanzados económicamente exhibían, empezaron a minar esa capacidad de resistencia y crearles ansiedades y aspiraciones que se volvieron cada vez más imperiosas. Los estímulos morales e ideológicos no resultaban suficientes, la batalla en el terreno cultural se iba perdiendo, cuando se tenía en frente la visión deslumbradora de la ropa, las prendas y los accesorios de los más famosos centros de la moda, de Nueva York, Londres y París. Con el desarrollo creciente de los medios de comunicación, el modo de vida y las ofertas del mercado capitalista estaban cada vez más a la vista de los pueblos que no podían escapar a los efectos de aquella propaganda tentadora.

Vino la torpe y desafortunada decisión de la censura a la literatura, las modas, las películas, la música, la poesía, el arte, hizo todo aquello más codiciado, principalmente, al gusto de las juventudes. Por tanto, cuando a fines de los años ochenta y comienzos de los noventa sobrevino la crisis final en los países del antiguo campo socialista, los jóvenes dieron riendas sueltas a todas las ansiedades contenidas, y se convirtieron en los contingentes más agresivos y en las tropas de choque más resueltas al servicio de la contrarrevolución.

No hubo enfrentamiento militar directo, pero el enfrentamiento en lo cultural lo ganó el enemigo. Y eso fue suficiente. Ahí estuvo la causa principal de aquella caída estrepitosa. La invasión armada de los ejércitos imperialistas resultó innecesaria, y sin disparar un solo cañonazo, la burguesía internacional logró aquello que no había podido alcanzar ni el poder descomunal de la Alemania nazi.

Una labor sostenida de penetración cultural y ablandamiento ideológico, hábilmente dirigida logró poner la gente a pensar distinto, a adoptar la cultura del adversario, les ganó la mente y la conciencia y cuando eso ocurre ya las balas salen sobrando. La historia demostraba una vez más, que, al quedar prisioneras de las ideas y la cultura de sus opresores, las masas suelen ser manipuladas y en su confusión, ser puestas a marchar contra sus propios intereses.

Cabe al respecto recordar cómo contingentes de la clase obrera en Polonia y Rumanía, resultaron tan útiles a los planes conspirativos de la reacción internacional. Fue así que, al empuje de grandes movilizaciones de masas enajenadas y confundidas, naufragó el antiguo campo socialista, la principal conquista política y social de toda la historia de la humanidad, alcanzada a golpe de heroísmo y defendida a costa de millones de vidas.

Las repercusiones negativas del colapso en todo el movimiento revolucionario mundial fueron estremecedoras y la burguesía imperialista y toda la reacción internacional decidieron coronar su obra clavándole el último clavo al ataúd de la causa socialista y del movimiento revolucionario.

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Con bríos renovados, los voceros de la burguesía internacional salieron al ruedo a propagar la idea de que ya el comunismo había sido derrotado para siempre, que debíamos olvidarnos de la lucha por los cambios revolucionarios, que el sistema capitalista había quedado consagrado como un orden perdurable y eterno y como el mejor sistema al que podía aspirar la humanidad. Así se declaró el fin de la historia.

El imperialismo no se detuvo a contar las bajas ni recoger el botín del campo de combate, por el contrario, para arreciar su embestida, hizo los reajustes correspondientes a la nueva situación y apeló a nuevos y más efectivos métodos para seguir la lucha contra las fuerzas de la revolución que habían quedado en posición tan desventajosa. Entonces del arsenal de sus armas más destructivas sacó el neoliberalismo, doctrina económica basada en viejas teorías de antiguos pensadores clásicos de la burguesía, pero venenosamente enriquecido con un conjunto de tesis más adecuadas a las circunstancias históricas actuales.

La peligrosidad de esa doctrina debe ser valorada en todas sus dimensiones. Cierto que ha sido consistentemente denunciada por la opinión progresista en todas partes, especialmente en los países latinoamericanos, como una teoría económica que prevé drásticos ajustes como la privatización del patrimonio público, dejar la vida económica del país a lo que disponga la mano invisible del mercado, y por consiguiente, reducir los poderes y facultades del Estado nacional hasta llevarlo a la impotencia, mientras las cargas más pesadas recaen sobre los trabajadores y los pueblos.

Pero en la generalidad de los casos, la lucha contra el neoliberalismo se ha circunscrito principalmente al ámbito económico, y se ha subestimado el hecho cierto y esencial de que estamos ante algo mucho más amplio y abarcador, porque junto a ser una doctrina económica, el neoliberalismo es toda una ideología, la ideología del imperialismo en su fase hegemonista, dijo Fidel en una ocasión. No podrá combatírsele con la necesaria efectividad si no se tiene en cuenta de que hasta sus propios postulados económicos llevan implícito un peligroso contenido ideológico y una carga cultural que no puede ser más deformadora y perniciosa.

Y tiene tanto peso el ingrediente ideológico, y por lo tanto, político del neoliberalismo, que hasta los mismos partidos del sistema terminan por perder sus identidades, para terminar despersonalizados, sin nada que ofrecer, agotados en mayor o menor medida. Bastó que adoptaran el programa neoliberal en sus propuestas económicas, como la venta de los bienes públicos al sector privado y la desnacionalización de las empresas nacionales, como el dejar la vía franca a la penetración del capital internacional, para que las diferencias entre ellos desaparezcan y terminen siendo todos meros aplicadores de las recetas neoliberales, como la misma cosa, aunque con nombres diferentes.

República Dominicana es vivo ejemplo de esa verdad. Desaparecieron las diferencias programáticas, las doctrinas distintas, las tesis en disputa. Los antiguos y nuevos socialdemócratas, los que una vez levantaron la bandera de la liberación nacional y los más abiertamente conservadores, han terminado por perder las diferencias, el neoliberalismo los hizo a todos una misma cosa. Se trata de un fenómeno de alcance internacional. Por ejemplo, la socialdemocracia, como expresión política y partidaria, que tanto empuje tuvo en otro tiempo, prácticamente ha pasado a mejor vida y son imperceptibles en algunos casos las diferencias con otras fuerzas políticas del orden capitalista. Parecería que, en el sistema de partidos, no hay opciones distintas, y cuando pudiera pensarse que la izquierda revolucionaria representara la alternativa y llenara el vacío, resulta que esa fuerza de la renovación y el cambio de fondo no ha sabido ni podido recomponerse a tiempo y responder a esa candente demanda de la historia. Y cuando la opción progresista no surge en el momento preciso, suele ocurrir que viene la parte más negativa y reaccionaria y se aprovecha.

Así, han estado surgiendo movimientos y figuras supuestamente hasta de donde menos se espera. De la farándula, de grupos de empresarios enganchados a candidatos, de aventureros y busca fortuna, hasta uno que otro personaje proveniente del crimen organizado. De esa crisis de alternativas democráticas y progresistas se han estado alimentando las ideas y corrientes neofascistas que han venido surgiendo en cantidad mayor y con muy peligrosa frecuencia en numerosos países. Como se puede apreciar, el neoliberalismo y sus consecuencias van mucho más allá del ámbito meramente económico y porque, como ya se ha dicho, hasta sus fórmulas económicas están contaminadas del contenido político, ideológico y cultural de sus grandes promotores.

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La privatización va encaminada en términos francos al sacrificio del patrimonio público de los países en aras de la codicia desmedida de los grandes capitales, pero es al mismo tiempo, un llamado al individualismo extremo, al culto a lo privado, al egoísmo extremo, porque cada hombre es un fin en sí mismo, lo público y común debe ser desechado de plano y lejos de envolverse en la lucha colectiva por los cambios sociales, cada quien debe encerrarse en los moldes de sus propios intereses personales.

Que para eso hay otra fórmula mágica, la de los emprendedores, idea según la cual todos podemos ser empresarios y hacernos ricos, basta con tener espíritu emprendedor y se abren todos los caminos del ascenso a la riqueza, y aquel que, al fin y al cabo, no logra entrar al reino de los ricos debe echarle la culpa a su torpeza y su incapacidad personal. Así los capitalistas logran el milagro de que en vez de culpar a las clases dominantes y al sistema de explotación y de injusticias que los lanza mayoritariamente a la miseria, los pobres empiecen por culparse a sí mismos de su pobreza y a sentirse seres fracasados e inferiores.

Y la manipulación llega a otros ámbitos y arroja otras consecuencias. Los últimos inventos de la tecnología les han abierto a los imperialistas, posibilidades de dominio que nunca tuvieron. Valga un ejemplo. Por esos medios modernos como las redes sociales se reproduce con más intensidad y alcance que nunca, el mensaje de que Estados Unidos es tierra de oportunidades, que basta ingresar a su territorio, para lograr el sueño americano. Paradójicamente son los promotores de esa falsa idea, aquellos que estimulan ese espejismo engañoso, los mismos que se quejan si las víctimas confundidas por esa propaganda emigran hacia Norteamérica o cualquier otro país capitalista de Europa persiguiendo el paraíso prometido.

Se ha cultivado una verdadera idolatría de habitantes de países oprimidos hacia Estados Unidos y Europa. Se le ha matado el orgullo y la dignidad nacional a mucha gente, que, perdido el amor y perdida la esperanza de un mejor porvenir en su propia tierra, se desarraiga, reniega de su identidad y sus orígenes, se lanza a los azares del exilio económico, deja su tierra, su familia, su tradición, su folclor, su arte, su cultura, el apego a sus ancestros y a todo lo que le dio vida y sustancia a su ser nacional y espiritual, para lanzarse en pos del sueño, a riesgo de su propia vida, a vivir en tierra extraña, relegada, discriminada, acosada y perseguida.

Por otra parte, el auge de los antivalores del neoliberalismo ha exacerbado el culto desmedido al Dios dinero. Para la burguesía siempre lo fue, pero ese culto desmesurado y extremo al dinero es uno de los principales signos distintivos de estos tiempos. Cada vez más se divulga el concepto amoral de que tener dinero es el indicio principal del éxito, como no tenerlo la más trágica y dolorosa prueba del fracaso. Las propias redes sociales de la modernidad se encargan de cultivar esa tendencia.

Los nombres de los famosos, sus residencias suntuosas, sus automóviles de lujo, sus yates, son exhibidos a los ojos de la gente y no son pocos los jóvenes y las jóvenes que caen vencidos por la tentación, cuando al mismo tiempo le muestran como símbolos del éxito y la fama a artistas sin talento pero audaces, a mujeres pobres de inteligencia pero provistas de condiciones físicas y de la suficiente falta de pudor para abrirse paso sin importar el precio hacia cualquier fuente del Dios de siempre de la burguesía, que hoy tiene más poder que nunca.

Aquellas expresiones de: lo compro todo, dijo el oro. Soy feo, pero el dinero oculta mi fealdad; soy cojo, pero el dinero me da 24 piernas, a las cuales se refería en son de burla Carlos Marx, hoy tienen una vigencia miles de veces mayor a los tiempos en que se pronunciaron. Y más grave aún, si se piensa que la posesión del dinero libera de culpas a quien lo alcance.

El narcotraficante, el hombre o la mujer que se envuelven en el delito, en la degeneración en cualquier campo, desde la política sin nobleza hasta el crimen organizado, siente cada vez un menor rechazo y goza cada vez más hasta de la tolerancia o la aceptación de muchos de sus semejantes en una sociedad que, por momentos, llega a concebir como normal la obtención del dinero así sea por medios inmorales. Se ve con preocupante frecuencia, cómo corruptos comprobados, autores de crímenes políticos, individuos envueltos en delitos de lesa humanidad obtienen votaciones elevadas en las elecciones nacionales de muchos de nuestros países. Con tal de ser adinerados, contingentes enteros de votantes les perdonan el crimen y más aún, le dan su representación y su respaldo político y electoral.

Otras de las consignas del neoliberalismo cargada de contenido ideológico y cultural es la de la globalización. Vista como una mera categoría del desarrollo de la economía mundial, la globalización no tiene nada de extraordinaria. Ni nada de novedoso. Basta leer el Manifiesto Comunista, escrito y publicado por Marx y Engels en 1848. La visión global de los fundadores del marxismo quedó consagrada para siempre en la consigna misma con que los dos maestros terminan el Manifiesto: Proletarios de todos los países, uníos. Y de la mera lectura de ese mismo documento, puede obtenerse una idea de cómo, movida por su afán de ganancias, ya la burguesía estaba uniendo económicamente al mundo del siglo diecinueve. Esa unión universal de la economía se afianzó definitivamente con la exportación de capitales a que dio base el surgimiento de los grandes monopolios y luego las grandes compañías multinacionales.

Pero la globalización en la concepción de los neoliberales, la globalización neoliberal, tiene otros componentes que, como ya se ha insistido, van mucho más allá de lo económico. Con ella se pretende que los pueblos nieguen su identidad y acepten la cultura del dominador, para convertirse supuestamente en ciudadanos del mundo, aunque ese mundo al que millones de pobres emigran o tratan de emigrar, lejos de acogerlos como ciudadanos del mundo, les interpone toda clase de obstáculos para mantenerlos lo más lejos posible de las fronteras celosamente guardadas de los países ricos. Lo mismo ocurre con el llamado aquel a derribar barreras arancelarias que los organismos financieros imperialistas como el Banco Mundial, el FMI y el BID, les hacen a los países pobres, al mismo tiempo en que en medio de la guerra actual por los mercados, las grandes potencias usan los aranceles como uno de los más brutales medios de presión y de chantaje.

Como se puede ver, abordar el problema de la lucha en el campo cultural en estos tiempos de neoliberalismo y renacimiento del fascismo conduce a embarcarse en una batalla de ideas y de opinión muy diversa, de gran envergadura y sumamente difícil, mucho más cuando debemos librarla en un ambiente tan árido para el avance de las ideas revolucionarias, y desde una posición tan desventajosa ante los grandes poderes internacionales en cuyas manos está el control de los más modernos medios tecnológicos.

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Esa tecnología, con todo y ser un recurso de incalculables valor y utilidad para la humanidad, con toda la contribución que ha hecho para el progreso a niveles insospechados en otras épocas; al mismo tiempo viene a ser un instrumento de suma eficacia para la confusión de las masas, principalmente de la juventud, gran parte de la cual ha pasado a depender en sumo grado de esos medios. Esa dependencia es tal que quien cae bajo influencia de esta se enfrenta a una avalancha caótica de información, que sobrepasa la capacidad de procesarla que tiene el cerebro humano, que hace imposible, además, que el receptor de toda esa lluvia de información logre concentrarse en un solo esfuerzo importante y hasta el pensar se le torna difícil.

Y en cuanto al contenido de lo que por ahí se propaga, predomina lo superficial y lo banal, de forma tal que un simple problema personal de un famoso, el chisme entre una pareja del jet set internacional, merece mucha más difusión y capta más atención que cualquier asunto de real importancia mundial. En cualquier evento artístico, por ejemplo, la atención se dirige más que a cualquier otra cosa a lo frívolo, lo trivial, al vestido, a la marca, el peinado, el oropel y el glamour de cualquiera de esos personajes artificialmente creados por esas mismas redes sociales.

Entonces, como estamos en la era de lo estrafalario, en todo esto no pueden faltar la pornografía, el vicio, la vestimenta y el estilo extravagantes, la depravación y la violencia que se transmiten por muchas de esas plataformas y son cada vez más los que caen víctimas irrecuperables de los efectos alienantes de esos mensajes.

Al presente, la lectura es un hábito cada vez más escaso en los adictos a las redes sociales, su lectura se circunscribe a las cosas que son de interés inmediato y así van quedando cada vez más relegadas y olvidadas las obras maestras de la literatura universal, en la cual se formaron generaciones enteras, como si hubiesen perdido su valor los aportes legados a través de siglos enteros por los grandes pensadores y autores incluyendo los pertenecientes a la propia burguesía en los tiempos en que esta clase jugaba un papel progresista. Todo ese valioso patrimonio está bajo el riesgo de ser lanzado para siempre al zafacón de los desperdicios.

No es de extrañar que a consecuencia de esa misma desinformación y esa manipulación de la que van siendo víctimas, no pocos jóvenes se inclinen hacia las ideas del neofascismo y se ha comprobado con toda claridad cómo, no ya en Europa, sino que en nuestra propia América Latina, al compás del giro hacia lo atrasado y conservador que va expandiéndose, legiones de jóvenes voten por personajes del calibre reaccionario y tendencia neofascista como Jair Bolsonaro de Brasil, Javier Milei, en Argentina, y el propio Donald Trump, en Estados Unidos.

Por otra parte, nos toca, asimismo, librar una intensa batalla por la memoria. Cuando los neoliberales hablan del fin de la historia procuran algo de doble sentido, convencernos de que con el sistema capitalista hemos llegado al mejor orden económico y social a que puede aspirar la humanidad y al mismo tiempo que los pueblos se separen de su historia, de sus propias raíces, sus orígenes, su identidad y su cultura. Porque un pueblo que reniega de su historia está expuesto a ser dominado sin necesidad de que lo aten con cadenas como a los antiguos esclavos. Porque pierde el sentido de pertenencia a un territorio, pierde el orgullo por sus antecedentes gloriosos, se olvida de los hechos meritorios que le sirvan de referentes y de los personajes heroicos que les sirvan de fuentes de inspiración en la defensa de su patria. A fin de cuentas, pierde el rumbo y queda desorientado.

Para enfrentar ese reto hay que despertarles la memoria dormida a las nuevas generaciones, crearles conciencia acerca del valor de su cultura, de los atributos de su folclor, las tradiciones, el idioma y el arte, especialmente en la música, campo este último en el cual se va imponiendo lo estrafalario, la música basura, contaminada con letras y expresiones que no pueden ser más degradantes.

A las nuevas generaciones hay que recordarles cómo se llaman los hombres y mujeres que han construido la buena historia y han aportado a la República y a la sociedad. Cómo se llaman los árboles y los ríos de la patria. Y en esta labor casi pedagógica, los maestros desde las aulas debieran sentirse emplazados a participar y hacer honor al deber de forjadores de conciencia que su ejercicio les asigna como asunto de principio.

Y ojalá alguien, alguna institución, algún equipo de hombres y mujeres se animara y tomara estos asuntos vitales en sus manos y los sometiera al debate colectivo, a la discusión abierta en todos los escenarios y por todos los canales de comunicación posibles. En medio de ese debate habrá de rehacerse la vanguardia intelectual que tuvimos en otros tiempos, y de construirse la alternativa política revolucionaria y progresista que hoy se necesita con más urgencia que nunca. Alcanzar esos objetivos pasa inevitablemente por la derrota de todo el veneno que en ámbito de la ideología y la cultura han propagado los teóricos y pregoneros del neoliberalismo.

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