noviembre 21, 2024

Oscar López Reyes

La barba de Fidel Alejandro Castro Ruz (1926-2016), tenida como un símbolo de la revolución cubana, inclina a creer que ha traumatizado abismalmente los hemisferios cerebrales de los pro-hombres del establishment (estructura de poder) de Estados Unidos. Solo así puede explicarse las sañas que ha vertido contra Cuba, a tal extremo que no ha acatado 31 resoluciones de la ONU que disponen el cese de un embargo que ha castigado cruelmente a los residentes de la isla caribeña.

El jueves 2 de noviembre de 2023, 185 países (entre ellos la República Dominicana) miembros de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) condenaron (Estados Unidos e Israel votaron en contra y Ucrania/Brasil se abstuvieron) el bloqueo comercial, económico y financiero de Estados Unidos contra Cuba. Significa la continuación de los reclamos -año por año, desde 1992- del levantamiento de las desproporcionadas e inicuas sanciones. Ni siquiera ha valido que soplen nuevos vientos.

La barba espesa del Fidel Castro uniformado de verde olivo -tildado como el enemigo número 1 del gobierno de la República Federal de América del Norte- perturbaron tanto a esa superpotencia que en una ocasión intentaron hacerla caer con un producto químico que se le colocaría en sus zapatos, y así borrar la imagen de un ícono de la izquierda latinoamericana.

El recrudecimiento del bloqueo durante más de 60 años ha provocado pérdidas estimadas en 159 mil millones de dólares e irreversibles trastornos sociales (escasez de alimentos y medicamentos, padecimientos y éxodo al exterior) para los nativos de Cuba que, a la vez, se traducen en derrotas diplomáticas y en una afrenta para sus propios habitantes, que en las calles vociferan consignas contra las injusticias.

¿Por qué esa superpotencia no irradia la misma potestad salvaje e impetuosidad contra la República Popular China (con sistema similar al de Cuba) y sí contra esta Nación y Palestina, víctima esta última de la otra barbarie: en un mes los bombardeos de Israel, pupilo de Estados Unidos, han matado a más de 11 mil personas en la Franja de Gaza.

La barba de Fidel Castro está escondida en su tumba del cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde también se yergue imponente el Mausoleo de José Martí, héroe de la independencia de esa Nación. Empero, el jefe del Estado de Cuba desde el 19 de abril de 2018, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, no muestra un solo pelo sobre su barbilla o mentón, tampoco en el cuello, en los pómulos, ni menos en su labio inferior, pero el estrechamiento/asedio ha proseguido con todo y las prudentes transformaciones políticas y económicas, incluidas iniciativas privadas.

Durante años, los presidentes norteamericanos George Bush, padre e hijo, y Barack Obama no prestaron atención a los ciudadanos de esa señorial nación que, abrumadoramente, rechazaron las invasiones a Irak y Afganistán, y demandaron el regreso a casa de miles de castrenses.

RAUL CASTRO. Los ojos del mundo estuvieron puestos sobre Cuba desde el 24 de febrero de 2008, cuando asumió la presidencia de esa República el general de ejércitos Raúl Castro Ruz, quien inició un proceso de reformas que causó mucho impacto y logró la flexibilización del presidente Barack Obama.

La primera gran medida fue la eliminación del igualitarismo colectivista, que consistía en que todos los cubanos recibían los mismos beneficios, como una forma de proteger a los más desvalidos y ayudar en la justicia social, que fija como gratuita tanto la salud como la educación.

Sin embargo, se determinó que ese patrón fomentaba el paternalismo, el ausentismo laboral, el incumplimiento y la ineficiencia, lo que se tradujo en un acto de injusticia. Desde hacía dos años, los cubanos cobraban según su calificación profesional, la cantidad y la calidad de su trabajo.

En ese entonces, el gobierno cubano redujo en un 20% la nómina del Estado y los cesanteados tuvieron la libertad para crear pequeñas y microempresas, con el objetivo de reducir los subsidios y mejorar el desarrollo de ese país.

Concomitantemente, el presidente estadounidense flexibilizó el histórico bloqueo, y permitió las visitas de familiares a la isla caribeña con más frecuencia, el aumento del envío de remesas y disminuyó otras restricciones.

Las renovaciones en Cuba fueron bienvenidas, y más aún cuando todos estaban atentos a ellas y al futuro inmediato de una nación hermana que ha sido sobradamente solidaria con la República Dominicana, igual que Venezuela y México.

Cuba ha sido un pueblo heroico, que ha resistido con gallardía los embates monetarios de un imperio todopoderoso, uno de cuyos mandantes, el presidente Obama, comenzó a allanar el camino para fulminar el muy repudiado estrangulamiento económico-financiero. Relumbra, además, como una advertencia intimidatoria para otras naciones que no se sometan a sus designios.

Las desavenencias y desafío de Estados Unidos a las resoluciones de la ONU están resplandeciendo como un baldón histórico. El 25 de octubre del 2011, su Asamblea General acogió otro dictamen, con 186 votos a favor y dos en contra, solicitando a los gringos que levanten las abusivas restricciones a Cuba, y su respuesta fue que Fidel Castro tenía que irse. Ya está en un camposanto…

El 31 de octubre de ese año, el gobierno de Obama anunció que dejaría de entregar a la Unesco 60 millones de dólares, en represalia por la aceptación del Estado palestino como miembro de esa organización, con 197 votos favorables y sólo 14 opuestos.

EL PAPA Y EL EMBARGO. Durante su estadía en Cuba (lunes 26, martes 27 y miércoles de 28 marzo del 2012), el Papa Benedicto XVI abogó por “una sociedad abierta y renovada”, una “auténtica libertad” y condenó el embargo de Estados Unidos contra la mayor isla de las Antillas.

En el abrigo de su llamativo encuentro con el líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro, el Santo Padre expuso que Cuba y el mundo necesitan cambios, con lo cual interpretó el sentir de los nativos caribeños y de la comunidad internacional.

En lugar de expresar que Cuba precisa cambios, el Sumo Pontífice debió haber dicho que es imperioso seguir profundizando las transformaciones, porque durante esos años esa nación se permitió la inversión extranjera, la venta de carros y casas y la instalación de microempresas por cuenta propia.

Además, hubo más libertad religiosa y esto lo avalaron las visitas primero del papa Juan Pablo II (21-25 de enero de 1998) y luego del papa Benedicto XVI; se afianzaron los lazos entre el gobierno y la iglesia, y en las calles protestaron las opositoras damas de blanco y la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.

La peregrinación del supremo conductor espiritual del Vaticano colmó de rosas la lenta y prudente cruzada de innovaciones en Cuba, amplió la cooperación con la Iglesia Católica y extendió las quejas y censuras contra el embargo que oprime a un pueblo que se une a los demás en la adversidad.

DONALD TRUMP. Ignorando los cambios antes descritos desde que el viernes 20 de enero de 2017, asumió la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump echó hacia atrás el acercamiento auspiciado por Obama. Limitó el envío de remesas y prohibió la salida de los cruceros hacia Cuba y “los viajes educativos grupales”.

Brincando fechas, el 22 de septiembre de 2020 el presidente Díaz Canel denunció en la Asamblea Ordinaria de la ONU la doble moral de Estados Unidos, en el instante en que su presidente, el bufón de Donald Trump, anunciaba nuevas penalizaciones contra esa isla.

En la hendedura de la fiereza de la Covid-19, Trump no tuvo compasión con una Nación altamente solidaria, y se destapó con otra crueldad, y un nuevo traspié. Restringió el alojamiento de norteamericanos en 433 hoteles y hospedajes, que generaban ingresos a Cuba; prohibió la importación de tabaco y bebidas alcohólicas cubanas, la participación en conferencias, en exhibiciones, competiciones deportivas y otros eventos profesionales.

Uno de los adagios más oídos es aquel que dice “del dicho al hecho, hay tremendo trecho”, que le cabe excelentemente a Estados Unidos, que pregona fomentar la democracia más genuina, pero que la ultraja cuando afecta sus intereses o su influencia geopolítica.

Sin reconocer que, aún con el agravamiento del panorama económico por la Covid-19, el gobierno de Díaz-Canel envió a tres mil 700 colaboradores a 39 países y territorios a combatir esa pandemia, Trump le incrementó las restricciones, con miras a la ingobernabilidad. En el 2021, el presidente yanqui Joe Biden volvió a sancionar a Cuba, con la advertencia de que “habrá más (sanciones), a menos que haya algún cambio drástico en Cuba”.

Cuba, ¡oh, mundo!, defenderla de tantas bestialidades de Estados Unidos, aun en la Era Post-Castro.

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