Por: Pedro Corporán
La misión redentora del actual presidente de la república, Luís Abinader Corona, de los
fueros existenciales de la nación dominicana, sin registro histórico anterior en los últimos
27 años, desde el cierre definitivo del ciclo de los caudillos nacionales Joaquín Balaguer,
Juan Bosch Gaviño y José Francisco Peña Gómez; enfrentará los retos más cruciales para
lograr la refundación de la república y la reconcepción de un modelo de estado que
traicionó a su propio pueblo, conjurándose contra los fueros soberanos de la nación,
embriagado de globalización, neoliberalismo y multiculturalismo ignorantemente
interpretados por una clase gobernante que dominó el estado por 20 apátridas años.
Recuerdo con estupor cuando la claque política peledeista, a su regreso al poder en el 2004,
pretendía terminar de privatizar la isla completa, sin ningún resguardo de recursos
estratégicos esenciales –habían iniciado en el período 96-2000-, como concepción de
modernismo, cosmovisión de estado y código de buen gobierno, se creían estar en la
cumbre del cielo reclamando reinado de sapiencia universal, mientras este pedazo de isla se
la engullía la geopolítica de las grandes superpotencias y la cruz histórica de la república, la
vorágine sociedad tribal de Haití.
Risible fue para mí, cuando irrumpió en el mundo bibliográfico internacional, en 1999, el
libro La tercera vía, autoría de Anthony Giddens, asesor económico del otrora primer
ministro inglés Tony Blair, el cual quiso ser convertido en una “biblia” económica de
estado de los gobiernos peledeístas, cuando se extinguió en breve tiempo como lo que era,
simplemente un ícono europeo, inservible para ser aplicado al orden mundial, menos a
países tercermundistas, donde las políticas neoliberales habían destruido naciones de Asia y
Argentina en nuestro continente.
La República Dominicana en este ciclo de su evolución republicana, viviendo la etapa
histórica actual de la decadente IV República, está volando como paloma en un cielo
preñado de halcones, corriendo el peligro de caer inmisericordemente desplumada, como
cayeron la Primera República con la reanexión a España por parte del sátrapa Pedro
Santana en 1861, apenas 17 años después de haber sido alumbrada dolorosamente al influjo
excelso del pensamiento de Juan Pablo Duarte; la Segunda República con la primera
invasión militar norteamericana en 1916, la Tercera República con la segunda ocupación
militar de la potencia del norte en 1965.
El plumaje y las venenosas espuelas de esos halcones, no son solamente de estirpe
neocolonial extranjera, sino también cuadrilla de cuervos nacionales intentando sacarle los
ojos a la patria, el climax de la orfandad patriótica, herederos lapidarios de personajes
funestos como Tomás Bobadilla Ibriones, aunque algunos lo quieran reivindicar;
Buenaventura Báez y otros.
La amenaza rapaz de los halcones, consiste en imponerle a la paloma republicana que
acepte en su nido los polluelos extraños e invertebrados de la República de Haití, que
desintegraría el linaje nacional y la raza cósmica de la República Dominicana, para dar
paso a un esperpento culturalmente hereje, religiosamente mestizo, socialmente retrotraído,
civilizadamente cavernario, biológica y mentalmente endémico y síquicamente enfermo.
Si no aceptamos los despropósitos contra la nación, la rapiña internacional nos amenaza
con una acometida hartera para devorar al pueblo dominicano como carroña en el desierto.
La lucha legítima y secular de nuestra nación, por superar nuestras debilidades congénitas,
injertadas como desean los supra poderes ultramarinos, con la carga primitiva del estadio de
sub civilización y sub cultura del pueblo haitiano, generaría un proceso de involución de
pronósticos reservados contra el ser nacional.
Aunque el registro histórico de nuestro pueblo, haya dejado testimonio de sus entrañas
cristianas frente al pueblo haitiano, su nobleza, humildad, altruismo, filantropía y
humanismo celestial, jamás deben extinguir su llama votiva libertaria, independentista, auto
determinista, heroica, patriótica y nacionalista, para defender los fueros existenciales de la
nación dominicana.
La piedad peligrosa, título y doctrina del libro magistral del genio biográfico y literario
austro húngaro Stefan Zweig, termina en la destrucción del que la ejerce, porque renuncia
paulatinamente al propio derecho sagrado a la existencia, cuadro histórico socio conductual
que se volvió maniaco depresivo en la conciencia del pueblo dominicano, frente a la
invasión pacífica haitiana, comenzando un proceso en el que nos estamos destruyendo a
nosotros mismos como nación, sociedad, pueblo y patria, obra parricida que tiene como
principal responsable al esperpento de modelo de Estado que ha dirigido a la nación
dominicana y la clase política tradicional que asaltó su control, después de la muerte del
nacionalista Rafael Leonidas Trujillo Molina y el último estadista patriota, Joaquín
Balaguer Ricardo.
Hoy parece que revive desde la tumba, la esperanza de que la misión jurídica constitucional
cimera de un presidente en ejercicio, sea defender la soberanía nacional y de que el delito
constitucional de traición a la patria vuelva a florecer junto con la república. Me quito el
sombrero ante Luís Abinader que ha sabido registrar en la cumbre de todos los organismos
internacionales, con temple, visión e inteligencia política de verdadero estadista, la nueva
política exterior del Estado frente a Haití: No hay solución dominicana a la realidad haitiana.