POR RAFAEL SANTOS
Para llegar a él es una aventura inolvidable. Sin embargo, el trayecto desde que se sale de la también comunidad montañosa de Monte Llano, del municipio Salcedo, provincia Hermanas Mirabal, es una grata experiencia, y la cual, por más que uno la haya atravesado para llegar a Río Partido, es algo que por su belleza nos parece una magia a descubrir cada día.
Sus gentes, sus empedradas calles con sabor a un olvido macondiano,
sus casitas todavía muchas de ellas cuyos laterales son de tablas de palma, zinc, una que otras sobre centenarios pilotillos de palo de “Juan Primero” o roble; con colores muy llamativos predominando el amarillo y el rojo, les dan al aire campestre de la zona, todo un ritual armónico que para nada hacen causa común con las urbanas calles y mansiones de » las ciudades».
¡Hasta que por fin!! se llega al sendero por donde y durante unos 35 minutos descendiendo en mulo o a pie, el visitante solo escucha durante su viaje de bajada, los interminables chirridos de los calcalies, los lánguidos sonidos de las palmeras, o la suave brisa de unas montañas cuya virginidad de sus múltiples atractivos, las hacen cómplices silentes que nos pone en contacto directo con una naturaleza poco usual: la natural.
Ya abajo, nuestros ojos pueden disfrutar de los 7 charcos, cuyas aguas, con tonalidades verde (en el caso del charco de las dos bocas) y azules (cuando nos referimos al charco de las Auyamas), así como el otro denominado El charco de la novia, cuyas trasparencias en cascadas nos hacen viajar por diminutos momentos hasta unas cataratas imaginarias, y las que para los campesinos del lugar cobran vida a través de la magia de la pantalla chica de un televisor.