Oscar López Reyes
El Salvador, Jesús de Galilea, en los tiempos de peregrinación por Jerusalén, hace más de dos mil años, censuraba a los escribas y fariseos por su vida moral hipócrita, y los definía como “sepulcros blanqueados”.
Antes de las fiestas de pascuas, las tumbas de los antiguos profetas eran blanqueadas por siete días para su veneración, y estas quedaban limpias por fuera pero llenas de podredumbre por dentro.
En la sociedad dominicana pululan, como en la Viña del Señor, sujetos con doble ranura: en público parecen impolutos, nítidos, blancos y simuladores con pantomimas, y en privado desnudan su auténtica individualidad.
En el diario vivir fingen sus cualidades con fascinación políticos que les hacen trampas a las masas irredentas, impostores autoproclamados elegidos del Supremo Creador, explotadores que saborean las hostias pisoteando el sacramento y barbudos pseudorevolucionarios y trepadores que arengan desde barricadas, buscando engañar.
Para conocer la esencia de una persona no basta verla de vez en cuando o escuchar sus discursos mediáticos rimbombantes, sino tratarla en la esfera privada, que es donde se descubren los macos y derrumban las máscaras de las apariencias.
Con astucias, sepulcros blanqueados han obnubilado e impresionado hasta escalar a las más altas funciones de la Defensoría del Pueblo (¿?), la Cámara de Cuentas, el Poder Judicial, el Ministerio Público y otras instituciones del Estado; partidos políticos de toda laya, las iglesias, los gremios profesionales, etc., y ahora una camada pretende asaltar el Tribunal Constitucional.
Para echar a rodar por el suelo la complicidad, sin la sartén de la agradabilidad, identifique usted -públicamente- a los sepulcros blanqueados en el proceso de escogencia de los cinco jueces del Tribunal Constitucional, que está en la mirilla de organismos internacionales, a fin de tener árbitros que respondan a sus designios e intereses.
Con la tipificación y la denuncia ayudamos a los integrantes del Consejo Nacional de la Magistratura y a la Nación dominicana en la más apropiada selección, en un lapso altamente sensible, para no retroceder. Y, lógicamente, para que no lo cojan de tonto, como si se chuparan el dedo gordo del pie derecho.